Los procesos y las metodologías delimitan un camino y eso de por sí restringe las posibilidades de actuación. Esto no es ni bueno ni malo de por sí, depende realmente de hasta dónde llegan esas restricciones y de las posibilidades que tenemos de hacer excepciones cuando el proyecto lo requiera.
Cuando un proceso o una metodología entran en un nivel de detalle alto nuestro margen de maniobra se reduce, si quien controla (en el caso de que haya alguien) el cumplimiento de la misma no permite excepciones nuestra frontera empieza y termina allí, esto podría ser interesante cuando tienes la mayor parte de los detalles de un proyecto bajo control pero sabemos que esas condiciones, prácticamente ideales, son complicadas de conseguir.
No se trata de elegir entre extremos sino de ser flexible ya que no siempre es problema de la rigidez de quién especifica los procesos, también es importante que nosotros seamos flexibles y entendamos que la organización también necesita gestionarse y que por ese motivo, a veces, se establecen ciertas premisas que aunque puedan no gustarnos los gestores entienden que son necesarias (aunque no por ello tienen que ser acertadas siempre).
Al final es cuestión de que todas las partes sean sensatas y no se posicionen en esquemas de funcionamiento que no se adapten a un contexto y a las necesidades del proyecto.