archivo

Archivos diarios: May 4, 2010

Uno de los aspectos que peor llevan los clientes de servicios de desarrollo de software es la sensación de que el proveedor tenga puesto el taxímetro.

No se trata de que no se tenga en cuenta que el proveedor gane dinero por el servicio que presta, ya que no se tratan de ONGs, sino que ese afán por no perder dinero o conseguir los máximos beneficios esté siempre presente. Es un auténtico fastidio que casi desde el minuto uno, te estén comentando la necesidad de reajustar el alcance del proyecto y/o de incrementar el presupuesto inicial. El problema de plantear esto en el minuto uno, es que probablemente antes del «descanso del partido», te hayan planteado un nuevo ajuste o un nuevo incremento del presupuesto y esto se repetirá en diversas ocasiones a lo largo del proyecto.

Hay muchas formas de afrontar esto por parte de un proveedor, sin tener que provocar este cansancio en el cliente, que al final termina teniendo la sensación en la mayoría de los casos, de que finalmente el producto final o el resultado del servicio no será el esperado y lo que es peor, también en la mayoría de los casos, esa sensación se termina convirtiendo en realidad.

Si un proveedor acepta la realización de un servicio debe ser consecuente con el riesgo que corre al afrontar el proyecto y con el presupuesto que existe, partiendo de esa base, resulta terriblemente molesto tener la sensación de ver un reloj de arena en lugar de la cara del proveedor, cada vez que se realiza un seguimiento del proyecto. Rompiendo una lanza por el proveedor, está en todo su derecho de solicitar reajustes cuando el servicio real excede del acordado, pero una cosa es eso y otra cosa es no ser flexible y no sólo eso, sino de intentar renegociar alcances que no han variado o bien de unilateralmente decidir recortar los mismos o tomar decisiones que indirectamente provoquen una reducción de la calidad.

Como en el resto de aspectos que rodean al negocio del desarrollo del software o del propio desarrollo de software tampoco resulta sencillo encontrar el equilibrio al problema del taxímetro, ya que como dije antes las empresas trabajan para ganar dinero y cuanto más mejor, pero quienes consiguen encontrarlo tendrán clientes mucho más satisfechos, con la relaciones menos erosionadas y se generará una mayor confianza, aspectos estos que suponen un buen caldo de cultivo de cara a futuras relaciones.

Uno de los mayores males a los que se enfrentan las empresas es la galopante falta de productividad que existe, lo que provoca que los gastos de personal se disparen, ya que más personas tienen que cubrir el trabajo que se podría realizar con menos y además que las condiciones laborales empeoren (incremento del número de horas de las jornadas, reducción de las promociones profesionales, etc…). Si hay un lujo que no se puede permitir una organización en los tiempos en los que estamos es precisamente la falta de productividad.

La falta de productividad puede ser provocada por una combinación de factores:

– Falta de cultura de trabajo. Suena fuerte, ¿verdad?, pero existe un defícit importante de esa cultura, no se trata de vivir para trabajar, pero sí de trabajar cuando se está trabajando. Esto no quiere decir que se tenga que estar con la lengua fuera o que no se puedan tener días malos, sino que hay que estar centrado en lo que se está haciendo, se pueden (y se deben) hacer pausas, pero siempre hay que tener presente lo que se tiene entre manos y de pensar el trabajo es una cosa seria y tal y como están las cosas un bien preciado.

– Falta de cultura de la productividad. La productividad no es sinónimo de trabajar más horas, sino la capacidad de sacar trabajo para adelante (con calidad) por unidad de tiempo, de esta manera habrá personas que sacarán en tres horas los que otras en ocho. La importancia de echar más horas, la tiene si el que las trabaja es una persona productiva.

– Falta de cultura de empresa. Si la empresa no consigue vincular a los empleados con la misma y que estos crean en ella, será una organización sin alma, donde los trabajadores funcionan como autómatas, ya que no tienen ningún apego emocional con la misma, les dará igual que la empresa vaya bien o mal siempre y cuando tengan su trabajo asegurado o tengan una vía de escape más o menos asegurada por otro lado.

– Falta de motivación. Un trabajador desmotivado es un trabajador menos productivo y eso es así, aunque el trabajador tenga una mentalidad de hierro. Las desmotivación puede ser provocada por distintos factores, que pueden ser personales y/o profesionales. Si la falta de motivación es por problemas personales, dependerá mucho la capacidad de ayudarle de la relación que se tenga con el trabajador, por lo que aqui, salvo ser comprensivo y hacer de psicólogo amateur, poco más se puede hacer. No obstante si la falta de motivación es por factores profesionales, sí que se pueden tomar medidas efectivas, tanto a nivel particular detectando cuáles son las causas que provocan una desmotivación para un empleado o conjunto de empleados concreto, como colectivo, fomentando alicientes para los empleados: recompensas por objetivos, promociones profesionales en base a criterios objetivos, etc…

– Mal ambiente laboral. Si las circunstancias fomentan el individualismo sobre el colectivo, muy probablemente se derive en un mal ambiente laboral, ya que se tratará de una carrera incontrolada de egos que terminarán chocando. No hace falta que todos choquen contra todos, basta con que colisionen unos cuantos para que del colectivo se pase a las taifas. Sé que el individualismo es algo que impera en todas las organizaciones, el problema es cuando se dan las circunstancias para que se forme un caldo de cultivo que convierta ese individualismo en una autodefensa, ya que en ese momento se empezará a perder la visión de colectivo y de conjunto, es decir, el individualismo por sí sólo no tiene que ser malo, siempre y cuando se tenga conciencia de que para que el barco siga avanzando hay que remar entre todos, por tanto, puede haber aspiraciones y visiones individuales pero teniendo en cuenta de que para poder conseguirlas se necesita al grupo.

– Gestión mejorable. Una buena gestión no tiene que garantizar necesariamente una empresa productiva, sin embargo una mala gestión sí que termina derivando en la falta de productividad. Es decir, la suerte es menos suerte cuando se hacen las cosas bien. La gestión de una organización se puede medir por multitud de variables, de la misma manera que existen la gestión persigue una gran cantidad de objetivos. Uno de ellos sin duda debería ser intentar extraer el máximo rendimiento posible de cada recurso o lo que es lo mismo, establecer las políticas y medidas para que la productividad sea la mejor posible.

Una organización productiva conseguirá más por menos, será más competitiva y tendrá posibilidades no sólo de mantenerse sino de crecer si lo considera conveniente. Podrá obtener rentabilidad de contratos que de otra manera resultaría casi imposible, así como obtener mayores beneficios en aquellas situaciones donde la cosa sea más propicia. Estas circunstancias si así lo determinan los gestores podría tener repercusiones directas sobre los trabajadores en formas de variables, mejores condiciones laborales, formación de alto nivel, así como la posibilidad de realizar inversión en I+D o dotar de mayor presupuesto a la misma.